lunes, 18 de julio de 2016

catcuentos

                                                                     CHISTES

(1) Llega una profesora nueva al colegio y dice: -Si alguno se cree estúpido que se levante!! Jaimito se levanta despacio de su silla y la profesora sorprendida le pregunta: -Jaimito tú piensas que eres estúpido? -No profe, pero me daba mucha pena verla a usted sola ahí parada!!

(2) Había un gato con 16 vidas, lo aplastó un 4x4 y se murió

(3) Jaimito, -Si papá? -Hijo traeme un refresco por favor -Coca Cola o Pepsi? -Coca cola. -Light o normal? -Normal. -De lata o de botella? -De botella... -Uno o dos litros? -¡Traeme agua entonces! -¿Natural o mineral? -¡¡Mineral!! -Fría o caliente?
-Pero bueno... ¿¡Que pasa contigo!? Vete para tu cuarto!! -¿Ahora o más tarde? -Yaaaa! -Me acompañas o me voy solo? -Te mato maldito niño! -Con cuchillo o con pistola?...

(4) A ver Jaimito, ¿Como se llama el compuesto químico que evita el embarazo? -Nitrato de meterlo!

(5) Llega Jaimito a una iglesia y le pregunta el sacerdote que por allí pasaba: -Jaimito, ¿Quieres ser cristiano? -No... ¡Quiero ser Messi!

(6) -Policía! hay dos mujeres que se están peleando por mi! -Y que problema hay? -Pues que va ganando la fea!

(7) El marido entra con mucho cuidado en la cama y le susurra dulce y apasionadamente al oído de su mujer: -Estoy sin calzoncillos...
Y la mujer le responde: -Mañana te lavo unos.

(8) -Profesora, alguna vez me castigaría por algo que no hice? -No Jaimito, nunca. -Ah, pues que bien, porque no hice los deberes

(9) Entra Jaimito en la habitación de su hermana y ve a un chico acostado con ella en cama... -¿Qué haces? -Le estoy poniendo una vacuna a tu hermana... -Ui pues si que debe de estar malita, que ayer vino otro señor que me dijo lo mismo

(10) Era un niño tan bruto, tan bruto, tan bruto, que cuando la profesora borraba el ejercicio de la pizarra, él lo borraba de la libreta!

(11) En el salón de clases dice la maestra a los niños: -Niños, hagamos ejercicio dentro del salón, acuéstense de espalda al piso, levanten las piernas y muévanlas como si fueran en bicicleta. Se acostaron los niños y empezaron a mover sus piernas imaginando que iban en bicicleta. Solo Pepito tenía las piernas sin moverlas.
-¡Pepito, porqué no mueves tus piernas!
-¡Porque voy de bajada maestra!

(12) -Profe profe! Me recuerdas al mar!! -¡Hay que cosa tienes Jaimito! ¿Porqué lo dices? -Porque me mareas

.(13) La madre de Jaimito ve un cartel en el autobús que pone: Los menores de 5 años no pagan. En esto la madre le dice a Jaimito: -Si te pregunta el chofer, di que tienes 4 años!
En esto Jaimito entra al autobús y le dice el conductor: -¿Cuantos años tienes? -Tengo 4 chofer! -¿Y cuando cumples los 5? -Pues cuando baje del autobús!

(14) En clase le preguntan a Jaimito: ¡A ver Jaimito, de qué signo es tu madre? -Pues debe der ser de exclamación porque se pasa todo el día gritándome!

(15) -Mamá, quiero una BlackBerry! -¿Por qué Jaimito? -Porque todos tienen una... -Y si todos se tiran a un pozo, ¿tú te tirarias? -No, me quedaba con sus BlackBerrys...

(16) Llega el cobrador y entrega un sobre al maestro, y un alumno indiscreto le pregunta: -¿Qué es eso? -Mi sueldo. -¿Su sueldo?, ¡pero cómo! ¡si se divierte ustd teniéndonos encerrados, regañándonos, castigándonos, acusándonos a nuestros padres... y encima todavía le pagan

(17) Un gallego llega al fútbol cuando el partido ya ha comenzado y pregunta: -¿Cómo van? -Cero a cero. -¿Quién anotó el primer cero?

(18) Un médico, cuya escritura era del todo ilegible, escribió a un amigo y cliente para invitarle a comer, pero éste no se presentó, y el médico le llamó por teléfono: -¿Recibió usted la nota que le mandé? -Sí, doctor, la llevé inmediatamente a la farmacia y estoy mucho mejor

(19) Aquel negociante de huevos estaba tan enamorado de su profesión, que bautizó a sus dos hijas con los nombres de Clara... y Emma.

(20) En la calle un individuo saluda a otro que pasa. - Adiós Matías. -Yo no soy Matías, pero de todos modos le voy a dar mi tarjeta. En la tarjeta decía: "Doctor Juan Pérez. Oculista"

(21) En una oficina, un empleado veterano instruye al de nuevo ingreso: -No tome demasiado en serio las órdenes de jefe, ni se apresure a cumplirlas, porque cambia de opinión a cada instante. -¿Sus órdenes no son categóricas ni terminantes? -No, aquí lo único categórico y terminante son sus indecisiones

(22) El invitado llega muy tarde a la fiesta y la señora de la casa le dice: -Lo siento, pero las chicas bonitas ya se han marchado. -No importa, yo sólo venía a verla a usted.

(23) Terminado el reconocimiento médico, el ginecólogo le dice a su joven paciente: -Tengo una buena noticia que darle señor. -Señorita... corrige ella. -Ah, en ese caso la noticia me parece que no es tan buena.

(24) Una joven esposa recibe a su marido y le dice: -Hola, querido, vino el señor de la renta, aquí está el recibo. -¿El recibo? ¿Cómo lo pagaste? -Bueno, con lo que puede... y además me dio un cheque. El marido se aparta y murmura para sí: -Viejo tramposo... quedamos en que el cheque era para mí.

(25) Un anciano demacrado y enfermo entra en una funeraria. -¿Cuánto cuesta un ataúd? -Hay varios precios y modelos. Cuando ya ha hecho su elección, el empleado pregunta: -¿Se lo mandamos a su domicilio o lo lleva puesto?

(26) -¿Por qué bebes el coñac y el ron en estas copas tan grandes? -Porque el doctor me dijo que nada de copitas.

(27) -¿Usted cree que la televisión llegará a sustituir al periódico? -Imposible,. Intente darse aire o matar a una mosca con la televisión.

(28) Un prestamista está agonizando y le acercan el crucifijo a los labios. El moribundo coge la cruz, la recorre con los dedos, la mira con ojos vidriosos, la sopesa y murmura: -Doy 20 euros, ni un céntimo más

(29) -¿Está el señor Cuevas? -Sí, pero se ha dormido. Una hora después. -¿Está el señor cuevas? -Sí, está durmiendo. -Oiga, ¿Por qué me dijo que estaba dormido? -Es lo mismo -¿Cómo va a ser lo mismo? ¿Acaso es lo mismo estar fastidiado que estar fastidiando?

(30) Dos comerciantes amigos se encuentran en la calle. -¿Y qué? ¿Cómo terminó aquel pleito que tenías? -Asunto terminado. Triunfó el más honrado. -¡Hombre, cuanto lo siento!

                                                                ADIVINAZAS

 
En la ventana soy dama,
en el balcón soy señora,
en la mesa cortesana
y en el campo labradora.
(El agua)
¿Quién será la que pasa
entre mis ojos,
si no soy más que un puente
y no la cojo?
(El agua)


De la tierra voy al cielo
y del cielo he de volver;
soy el alma de los campos
que los hace florecer.
(El agua)
Ni lo puedes ver
ni vives sin él
(El aire)


Son mis colores tan brillantes
que el cielo alegro en un instante.

(El arco iris)
Doy al cielo resplandores
cuando deja de llover:
abanico de colores,
que nunca podrás coger.
(El arco iris)


Lleva años en el mar
y aún no sabe nadar. 
(La arena)
En verano barbudo
y en invierno desnudo,
¡esto es muy duro!
(El bosque)


Él es tío sin sobrinos,
a todos calienta igual.
Si no sabes de quién hablo,
tras la primavera vendrá.
(El estío=el verano)
El cielo y la tierra
se van a juntar;
la ola y la nube
se van a enredar.
Vayas donde vayas
siempre lo verás,
por mucho que andes
nunca llegarás.

(El horizonte)


Viene del cielo, del cielo viene,
a unos disgusta y a otros mantiene.
(La lluvia)
En mí se mueren los ríos,
y por mí los barcos van,
muy breve es el nombre mío,
tres letras tiene no más.

(El mar)


Lomos y cabeza tengo
y aunque vestida no estoy,
muy largas faldas mantengo.

(La montaña)
No ves el sol,
no ves la luna,
y si está en el cielo
no ves cosa alguna.
(La niebla)


Nazco en lugares abruptos
sin haber tenido padre
y conforme voy muriendo
va naciendo mi madre.
(La nieve)
Vuela en el aire,
pace en la tierra,
se posa en los árboles,
anda en la mano,
se deshace en el horno
y se ahoga en el agua.
(La nieve)


Nicanor tenía un barco
y con él surcaba el río;
¿era este un barco pequeño
o este era un gran navío?
Lee despacio, Encarnación,
y hallarás la solución. 

(Norte, sur, este y oeste)
En el cielo soy de agua,
en la tierra soy de polvo,
en las iglesias de humo
y mancha blanca en los ojos.
(La nube)


Como el algodón
suelo en el aire flotar,
a veces otorgo lluvia
y otras, sólo humedad. 

(La nube)
No soy estación del Metro
ni soy estación del tren,
pero soy una estación
donde mil flores se ven.
(La primavera)


Cuatro puntos son
y para distinguirlos
necesitamos del sol.
(Los puntos cardinales)
Kilómetros mido,
hectolitros llevo,
kilovatios doy,
hectáreas mantengo.
(El río)


Nazco y muero sin cesar;
sigo no obstante existiendo,
y, sin salir de mi lecho,
me encuentro siempre corriendo.

(El río)
Desde el día en que nací,
corro y corro sin cesar:
corro de noche y de día
hasta llegar a la mar.
(El río)


Como una peonza
da vueltas al sol,
gira que gira,
sin tener motor.
(La tierra)

                                                                   TRABALENGUAS


1
Hay chicas chachareras que chacotean con chicos chazos. Y un chico mete al chillón de la chepa un chichón por chirrichote, y el chiste, y lo chocante, es que la chepa se le ha chafado con la hinchazón del chirlo.
 
2
Poquito a poquito Paquito empaca poquitas copitas en pocos paquetes.
 
3
Un tubo tiró un tubo y otro tubo lo detuvo. Hay tubos que tienen tubos pero este tubo no tuvo tubo.
 
4
Si la sierva que te sirve, no te sirve como sierva, de que sirve que te sirvas de una sierva que no sirve.
 
5
Tengo un tío cajonero
que hace cajas y calajas
y cajitas y cajones.
Y al tirar de los cordones
salen cajas y calajas
y cajitas y cajones.
 
6
Pablito piso el piso, pisando el piso Pablito piso cuando Pablito piso el piso, piezas de piso piso Pablito.
 
7
Treinta y tres tramos de troncos trozaron tres tristes trozadores de troncos y triplicaron su trabajo, triplicando su trabajo de trozar troncos y troncos.
 
8
¿Usted no nada nada?
No, no traje traje.
 
9
¿Cómo me las maravillaría yo?
 
10
Compadre de la capa parda, no compre usted mas capa parda,
que el que mucha capa parda compra, mucha capa parda paga.
Yo que mucha capa parda compré, mucha capa parda pagué.
 
11
Del pelo al codo y del codo al pelo, del codo al pelo y del pelo al codo.
 
12
Ñoño Yáñez come ñame en las mañanas con el niño.
 
13
De Guadalajara vengo, jara traigo, jara vendo, a medio doy cada jara. Que jara tan cara traigo de Guadalajara.

14
Los hombres con hambre hombre, abren sus hombros hombrunos sin dejar de ser hombres con hambre hombre hombruno. Si tú eres un hombre con hambre hombre hombruno, pues dí que eres un hombre com hambre y no cualquier hombre hombruno sino un hombre con hombros muy hombre, hombre.
 
15
El volcán de parangaricutirimícuaro se quiere desparangaricutiriguarízar, y él qué lo desparangaricutiricuarízare será un buen desparangaricutirimízador.

CUENTOS

 El patito feo
El patito feo Todos esperaban en la granja el gran acontecimiento. El nacimiento de los polluelos de mamá pata. Llevaba días empollándolos y podían llegar en cualquier momento.
El día más caluroso del verano mamá pata escuchó de repente…¡cuac, cuac! y vio al levantarse cómo uno por uno empezaban a romper el cascarón. Bueno, todos menos uno.

- ¡Eso es un huevo de pavo!, le dijo una pata vieja a mamá pata.
- No importa, le daré un poco más de calor para que salga.

Pero cuando por fin salió resultó que ser un pato totalmente diferente al resto. Era grande y feo, y no parecía un pavo. El resto de animales del corral no tardaron en fijarse en su aspecto y comenzaron a reírse de él.

- ¡Feo, feo, eres muy feo!, le cantaban

Su madre lo defendía pero pasado el tiempo ya no supo qué decir. Los patos le daban picotazos, los pavos le perseguían y las gallinas se burlaban de él. Al final su propia madre acabó convencida de que era un pato feo y tonto.

- ¡Vete, no quiero que estés aquí!

El pobre patito se sintió muy triste al oír esas palabras y escapó corriendo de allí ante el rechazo de todos.
Acabó en una ciénaga donde conoció a dos gansos silvestres que a pesar de su fealdad, quisieron ser sus amigos, pero un día aparecieron allí unos cazadores y acabaron repentinamente con ellos. De hecho, a punto estuvo el patito de correr la misma suerte de no ser porque los perros lo vieron y decidieron no morderle.

- ¡Soy tan feo que ni siquiera los perros me muerden!- pensó el pobre patito.

Continuó su viaje y acabó en la casa de una mujer anciana que vivía con un gato y una gallina. Pero como no fue capaz de poner huevos también tuvo que abandonar aquel lugar. El pobre sentía que no valía para nada.

Un atardecer de otoño estaba mirando al cielo cuando contempló una bandada de pájaros grandes que le dejó con la boca abierta. Él no lo sabía, pero no eran pájaros, sino cisnes.
- ¡Qué grandes son! ¡Y qué blancos! Sus plumas parecen nieve .

Deseó con todas sus fuerzas ser uno de ellos, pero abrió los ojos y se dio cuenta de que seguía siendo un animalucho feo.

Tras el otoño, llegó el frío invierno y el patito pasó muchas calamidades. Un día de mucho frío se metió en el estanque y se quedó helado. Gracias a que pasó por allí un campesino, rompió el frío hielo y se lo llevó a su casa el patito siguió vivo. Estando allí vio que se le acercaban unos niños y creyó que iban a hacerle daño por ser un pato tan feo, así que se asustó y causó un revuelo terrible hasta que logró escaparse de allí.

EEl patito feol resto del invierno fue duro para el pobre patito. Sólo, muerto de frío y a menudo muerto de hambre también. Pero a pesar de todo logró sobrevivir y por fin llegó la primavera.

Una tarde en la que el sol empezaba a calentar decidió acudir al parque para contemplar las flores, que comenzaban a llenarlo todo. Allí vio en el estanque dos de aquellos pájaros grandes y blancos y majestuosos que había visto una vez hace tiempo. Volvió a quedarse hechizado mirándolos, pero esta vez tuvo el valor de acercarse a ellos.

Voló hasta donde estaban y entonces, algo llamó su atención en su reflejo. ¿Dónde estaba la imagen del pato grande y feo que era? ¡En su lugar había un cisne! Entonces eso quería decir que… ¡se había convertido en cisne! O mejor dicho, siempre lo había sido.

Desde aquel día el patito tuvo toda la felicidad que hasta entonces la vida le había negado y aunque escuchó muchos elogios alabando su belleza, él nunca acabó de acostumbrarse.

El pajarito

Había una vez un pajarito que vivía feliz en su nido con su papá y mamá. Allí comía, dormía y jugaba. Sus papás se ocupaban de todo, así que Pajarito solo tenía que disfrutar con ellos.

Un día, el papá de Pajarito le dijo que era hora de aprender a volar, como hacían los mayores. Con su ayuda y con la de su mamá, Pajarito comenzó el aprendizaje. Al principio no fue fácil y se llevó algún que otro coscorrón. Pero poco a poco Pajarito logró abrir las alas y volar.

La mamá de Pajarito le enseñó a su hijo a encontrar comida y a prepararla para comer. A Pajarito le divertía muchos buscar semillas y cazar lombrices.

Los papás de Pajarito también le enseñaron a construir nidos y a repararlos tras las tormentas. Lo de las construcciones era muy divertido para Pajarito. Ahora que sabía volar, ira buscar ramitas y otros elementos que le permitía entrenar sus nuevas habilidades.

Los papás de Pajarito también le enseñaron a esconderse de los animales grandes que podían hacerle daño, buscar el mejor sitio en los árboles para posarse, hacer nidos o esconderse.

Un día hubo una gran tormenta que pilló solo a Pajarito en el nido.

-Tengo que esconderme -pensó Pajarito-. La tormenta arrancará el nido de aquí y me llevará con él.

Pajarito buscó un lugar seguro en el hueco de un árbol, tal y como sus papás le habían explicado.

Cuando cesó la tormenta, Pajarito salió de su escondite para volver a su nido. Pero el nido ya no estaba.

-Esperaré a mis papás -pensó Pajarito-. Ellos harán un nido nuevo.

Pero los papás de Pajarito no regresaban.

-¿Se habrán perdido con la tormenta? -pensó Pajarito, al que ya le sonaban las tripas de hambre-. Esperaré aquí, que tengo mucho miedo de ir solo.

Se hacía de noche y Pajarito seguía esperando.

-Voy a comer algo -pensó Pajarito-. Mi mamá me enseñó cómo hacerlo. Seguro que podré hacerlo solo.

Después de darse un buen festín, Pajarito volvió al hueco del árbol donde se había escondido para la tormenta. Pero ya no era un lugar seguro. Menos mal que se dio cuenta a tiempo y huyó en busca de una rama alta y escondida en la que dormir.

A la mañana siguiente, Pajarito decidió construir su propio nido en el lugar donde estaba el otro. Así su papás podrían encontrarlo cuando volvieran.

Con mucho trabajo, Pajarito logró construir su propio nido. No era tan acogedor como el que habían hecho sus papás, pero no estaba mal para ser el primero.

Semanas después los papás de Pajarito volvieron.

La historia de Pajarito-¡Vaya, hijo, parece que has sabido valerte por ti mismo! -dijo su papá.

-Me enseñasteis bien -dijo Pajarito.

-Tu nuevo nido es muy bonito -dijo su mamá-. Nosotros nos construiremos uno aquí cerca.

-¿No os quedáis conmigo? -preguntó Pajarito, un poco triste.

-Has demostrado que puedes valerte por ti mismo -dijo su papá-. Es hora de que empieces a pensar en vivir tu vida y en formar una familia.

-Pero ya tengo una familia. Os tengo a vosotros -replicó Pajarito.

-Estaremos cerca para apoyarte, pero ya eres mayor y tienes que empezar a comportarte como tal -dijo su mamá.

Y así fue como Pajarito empezó a vivir la vida por su cuenta. Y como sus papás le habían enseñado bien, fue muy feliz junto con una pajarita de la que se enamoró, con la que tuvo muchos pajaritos

El robo en las casas multiples

En un pueblo conocido por sus casas multicolores estaban todos los vecinos enfadados y asustados porque todos los días le robaban algo a alguno de ellos. Unos días faltaba un reloj, otro día la nevera había quedado vacía, otro día el cartero no tenía la bicicleta, otro día la profesora Concha no tenía sus libros en la estantería. ¿Qué estaba sucediendo?

Nadie lo sabía, pero todos estaban suspicaces, porque veían que a Don Ernesto, el bibliotecario, nunca le faltaba nada. Él salía de su hermosa casita lila y llevaba un vistoso sombrero gris, un montón de libros en la mano, un lujoso coche rojo y otras veces una espléndida bicicleta azul y un reloj amarillo con multitud de sonidos. Tenía muchas cosas y nunca se quejaba de que le faltara nada.

Un buen día Alberto el banquero llegó a la puerta del colegio y gritó a todos los vecinos:

-Esta mañana me ha faltado mi reloj y resulta que fui a la biblioteca a leer el periódico y Ernesto tenía mi reloj. ¡Él es el ladrón!

-¿Seguro? -preguntaron los vecinos todos a la vez.

-Seguro. Lo hablaré con él.

Cuando Alberto fue a hablar con Ernesto, este ni lo escucho. Riéndose y mirando las revistas que llevaba en la mano le dijo:

-Este reloj es mío, no sé porque os inventáis eso. A mí no me importa nada de lo que os pase, así que no contéis conmigo.

Y diciendo esto, Ernesto se fue.

Alberto fue a hablar con Manolo el policía.

-Manolo, necesito que me ayudes. Desaparecen cosas y creo que es Ernesto. Necesito que investigues qué hay en su casa lila.

Manolo accedió y un día, temprano, cuando Ernesto se fue a la biblioteca, se fue escondiendo por las columnas hasta lograr ver una ventana pequeña abierta e intentar entrar por ella.

Caminó de puntillas por varias habitaciones. Sólo veía las cosas ordenadas por la casa y nada que pareciera extraño hasta que se sorprendió al llegar a una habitación verde donde había un baúl lleno de cosas.

Cuando Manolo se acercó pudo ver que estaban muchas de las cosas robadas de sus vecinos. Como pensó en darle un escarmiento a Ernesto decidió que le quitaría también cosas a él a ver cómo reaccionaba. Tuvo la idea de robarle lo que más quería: sus libros.

El policía fue hasta el coche corriendo, sacó unas bolsas y volvió a entrar de puntillas en la casa lila, sacó un montón de libros y no se lo dijo a nadie.

Al día siguiente, a primera hora, Manolo llegó a su trabajo y de repente alguien le llamaba fuertemente a la puerta. Cuando abrió era Ernesto que le chillaba:

-¡Manolo! ¡Manolo! Esta vez me tienes que ayudar. Me han robado a mí. ¡Y qué disgusto! Me han quitado lo que más quería: mis libros. Me he sentido fatal.

Los robos en las casas multicolores-Ernesto ¿tienes que contarme algo? -le preguntó.

-¿Por qué me dices eso? Estoy preocupado por mis libros.

-No mientas Ernesto, eres un egoísta. Tienes que ponerte en el lugar de los demás. Has sido tú el que has quitado cosas a nuestros vecinos y no te ha importado hasta que te ha pasado a ti. Como consecuencia, yo tengo tus libros para que abrieras los ojos de lo que estabas haciendo. Esta tarde irás casa por casa, empezando por la de color azul de Alberto, pedirás perdón y devolverás todas las cosas.

-¡Lo siento! He hecho mal. ¡Qué alivio que tengas mis libros! Ahora entiendo lo que sienten los demás. Yo lo he pasado fatal pensando que había perdido para siempre mis libros. Esta tarde pediré perdón.

Y así fue, Ernesto pidió perdón y en el pueblo de casas multicolores nunca más volvió a faltar nada.

El dragon farsante

Había una vez un reino muy lejano que vivía aterrorizado por un dragón muy malo. Al dragón le pusieron por nombre Rau, que era más o menos como sonaba el horrible grito que emitía cuando se acercaba al reino.

La verdad es que Rau nunca había hecho daño a nadie, ni siquiera había traspasado las murallas que protegían el reino. Lo que hacía este dragón era rugir al anochecer desde el bosque y lanzar una llamarada al aire en señal de advertencia. Después, volaba por encima de los árboles y esperaba a que los habitantes del reino le ofrecieran algo para que se fuera.

Durante años y años, Rau estuvo haciendo lo mismo cada semana. Hasta que un día un joven y valiente caballero llegó al reino en busca de aventuras. La noticia de la existencia de aquel terrible dragón había llegado hasta el otro extremo del mundo, de donde venía el valeroso muchacho.

Hacía tiempo que nadie visitaba el reino por miedo al dragón, así que el rey le ofreció al caballero un gran recibimiento.

- Bienvenido seáis, valiente caballero -le dijo el rey en tono ceremonioso -. Nos sentimos muy honrados con su presencia. ¿Cuál es vuestro nombre?
- Me llamo Elian, majestad -respondió el joven caballero-. He venido buscando aventuras. Recibí la noticia de la existencia de un dragón al que llamáis Rau que acosa este reino, y he cabalgado durante meses hasta llegar aquí para derrotarlo.
- Este reino os agradecerá por siempre vuestro noble gesto -dijo el rey-. ¿Qué queréis a cambio, caballero?
- No quiero nada, majestad -respondió Elian-. El saberme triunfador será para mí suficiente recompensa.
- Sin duda sois de corazón noble -dijo el rey-. Pedid lo que necesitéis para alejar a Rau de nuestro reino.

Elian no pidió nada más que permiso para examinar el lugar donde se depositaban las ofrendas a Rau y la zona en la que el dragón se escondía.

- Tened cuidado, Elian -dijo el rey-. Rau vendrá hoy al anochecer a buscar lo suyo. Nunca nadie ha osado acercarse más allá de la zona de ofrendas.
- No os preocupéis, majestad -dijo Elian-. Haced todo como siempre. Yo me esconderé y observaré lo que ocurre. Tengo que conocer bien lo que pasa para poder planear el ataque.

Y así lo hizo. Elian se escondió en el bosque. El hueco de un árbol seco le sirvió de escondite. Se camufló con unas ramas y esperó. Al poco rato escuchó el terrible rugido de Rau, pero no vio nada. Resultaba muy extraño, puesto que el sonido estaba muy cerca. Iba a asomarse cuando escuchó de nuevo el rugido, esta vez justo por encima de él. Pero no veía nada. Pensó que tal vez el dragón estuviera volando, pero entonces se agitarían las ramas de los árboles. Y allí no se movía ni una triste hoja.

Entonces vio el resplandor de una llamarada. Pero seguía sin moverse nada. Al momento, observó unos palos largos que se movían como si fueran dos piernas y se acercaban al bosque. Esperó sin que pasara nada.

Cuando se hizo de noche, Elian pudo por fin ver al dragón. El caballero se quedó petrificado, pero no de miedo, sino de sorpresa. Y lo siguió hasta su escondite.
Rau vivía en una cueva a la que tardaron en llegar toda la noche. Ya amanecía cuando llegaron.

Cuando los primeros rayos de la mañana iluminaron el cuerpo de Rau, Elian pudo confirmar sus sospechas. Si no fuera porque Rau llevaba siglos acosando a aquel reino cualquiera hubiera pensado que se trataba de una cría de dragón. Arrastraba un carro del que tiraba ayudándose de unos largos palos. En el carro llevaba todo los que le habían ofrecido los habitantes del reino a cambio de no atacarles y algunos artilugios que no alcanzó a distinguir.

Elian se acercó sin hacer ruido y, sacando su espada y protegiéndose con su escudo, gritó:
- ¡Eh! ¡Tú! Vengo a acabar con tus largos años de maldad. Prepárate para saber lo que es el ataque de un guerrero valiente.

Cuando Rau lo vio, echó a correr aterrorizado gritando como un loco, pero estaba tan cansado y asustado que no sabía qué hacer ni a dónde ir. Elian, que esperaba que Rau abriera sus alas y le lanzase una llamarada, se quedó sorprendido otra vez. Así que bajó su espada y su escudo y, compadeciéndose del dragón, le dijo:
- Tranquilo Rau, no te haré daño, de verdad, palabra de caballero.

Rau se tranquilizó. Y respondió:
- Gracias señor. Soy ya viejo y nunca he luchado. Sobrevivo gracias a lo que me dan los habitantes del reino. Siempre he sido pequeño, y apenas tengo fuego en mi garganta; por eso me expulsaron del país de los de los dragones.
- Y entonces, ¿cómo has conseguido tener atemorizado a todo un reino durante tanto tiempo? -preguntó Elian.

Rau le contó que usaba los largos palos con los que tiraba del carro a modo de zancos y que con un fuelle alimentaba su propio fuego para que pareciera más grande. Para el ruido había inventado un sistema de tubos que pasaban bajo tierra y subían a través de los huecos de varios árboles hasta un cono que convertía su pobre chillido en un rugido atronador. Unos espejos y el juego de luces y sombras de las últimas horas del día completaban el misterio.

El dragón farsante-Por eso sentí yo tu rugido sobre mi cabeza en el hueco del árbol donde me escondí -dijo Elian -. Puede que no seas muy grande ni muy fiero, pero eres realmente inteligente.
- Así he sobrevivido durante todo este tiempo -dijo el dragón-. Pero estoy ya cansado.
- Tengo una idea -dijo Elian-. Podrías vivir dentro del reino y trabajar como defensor del castillo. Así no tendrías que seguir asustando a nadie y tendrías compañía.
- Después de todo lo que he hecho no creo que me acojan -dijo Rau.
- Tranquilo, yo te ayudaré. Dormiremos un poco y mañana temprano nos pondremos en camino.

Cuando amaneció de nuevo, Elian se subió a lomos de Rau y se pusieron en marcha. Cuando llegaron, la gente se quedó sorprendida de ver lo pequeño que era el dragón. El rey salió a su encuentro, y les dijo:
- Pero, ¿qué clase de broma es esta? ¿Dónde está el gran dragón que lleva siglos aterrorizando a este reino?

Elian le contó toda la historia y le propuso adoptar al dragón para que cuidara del reino. El dragón se dirigió al rey y le dijo:
- Perdonadme, majestad. Me arrepiento de todas mis fechorías y prometo ser vuestro leal súbdito y defensor.

El rey se lo pensó dos veces antes de aceptar las disculpas del dragón, pues durante mucho tiempo había atemorizado a su pueblo. Finalmente creyó que merecía una segunda oportunidad, así que le perdonó y aceptó propuesta.

Hubiera sido bonito que Elian se hubiese casado con la hija del rey, pero el rey no tenía hijas. Y como tampoco tenía hijos, nombró al valiente Elian heredero del reino.

El pez mordedor

El fondo del mar está lleno de criaturas curiosas. En unas aguas profundas vivió una vez un pequeño pez muy peculiar al que un día le salió un diente de leche chiquitín y del que estaba muy orgulloso porque lo hacía diferente al resto de los de su especie. Como era un pez que se alimentaba sólo de plancton y plantas marinas, utilizaba su diente para morder jugando a otros peces como él o incluso más grandes. Él pensaba que era divertido, pero la verdad es que a los demás no les hacía nada de gracia.

El pez mordedor poco a poco se fue quedando sin amigos, hasta que se quedó más solo que la una. Y como no tenía amigos con los que jugar, empezó a morder a peces desconocidos. Estos peces no sabían que el pez estaba de broma, y se enfadaban mucho cuando les mordía. En una ocasión, mordió a un enorme tiburón que se enfadó tanto que estuvo a punto de comérselo. Menos mal que se dio cuenta a tiempo y se escondió en un arrecife cercano.

Los que habían sido amigos del pez mordedor estaban preocupados por él. Puede que él creyera que sus juegos era muy divertidos, pero si seguía así iba a acabar muy mal. Así que decidieron ir a hablar con él urgentemente para que cambiara.

Pero alguien se les adelantó. Unos peces a los que el pez mordedor había mordido en un par de ocasiones le regalaron una piedra que habían pintado de verde diciéndole que era una nueva clase de alga marina. El pobre pez se la quiso comer y se rompió su preciado dientecillo.

Cuando los amigos del pez mordedor acudieron en su ayuda se lo encontraron llorando, muy angustiado por haber perdido sus valioso diente.
-¿Qué hacéis vosotros aquí? -dijo el pez mordedor a los otros peces-. Creía que ya no queríais saber nada de mí.
-Veníamos a advertirte de que algo como esto te acabaría pasando -dijo uno de ellos-. Pero parece que hemos llegado tarde.
-¿No te das cuenta de que tus juegos son sólo divertidos para ti? -dijo otro de los peces-. Cuando juegas con otros lo bueno que es que todos se diviertan, no sólo tú.
-Lo siento, amigos -dijo el pez mordedor-. He aprendido la lección demasiado tarde. Espero que al menos podáis perdonarme.
-¡Por supuesto, te perdonamos! -dijeron todos los peces a coro. ¿Para qué están los amigos?

El pez mordedorEn ese momento apareció el Hada Sirena, un criatura excepcional que no suele dejarse ver entre sus vecinos marinos. Todos los peces quedaron maravillados ante su belleza y ante la ternura y la paz de su mirada.
-Como veo que estás arrepentido te voy a hacer un regalo -dijo el Hada Sirena-. Si prometes no volver a morder a nadie te devolveré tu diente.
-Por supuesto, así lo haré -respondió el pez.

El Hada Sirena devolvió al pez su diente y el pez mordedor recuperó también a sus amigos, que le regalaron un pez de mentira para que lo mordiera cuando tuviera ganas de jugar. Y así todos vivieron felices para siempre

El castillo de hielo

Había una vez un reino muy frío construído sobre nieve en el que había un castillo que estaba hecho de hielo. Era un lugar tan frío que ni siquiera el fuego que utlizaban sus habitantes para calentarse lograba derretirlo. La causa estaba en la frialdad del corazón de los que allí vivían. Todos tenían corazones de hielo. Especialmente el rey, que era déspota y consentido.

Pero tal era el frío que salía de los corazones de aquella gente que llegó un día en que el fuego del castillo finalmente se apagó. Aquello era una tragedia. No había luz por la noche, ni lugar para cocinar los alimentos. Necesitaban el fuego para vivir.

El rey mandó a un joven soldado que saliera a buscar fuego para alimentar la chimenea del castillo.
-¡Y no vuelvas sin él!- le dijo.

El joven salió hacia la aldea con una lámpara y unas velas apagadas en busca de alguien que le diera un poco de fuego. Se detuvo ante la primera casa encontró, llamó a la puerta y dijo:
-¡Abrid! ¡El rey exige fuego para alimentar su chimenea!- gritó el joven con tono impertinente.

Pero nadie le abrió la puerta, así que el soldado siguió caminando. Encontró una segunda casa y volvió a llamar.
-¡El rey necesita fuego para alimentar su castillo!
Esperó un largo rato en la puerta, muerto de frío y sin recibir respuesta alguna. Finalmente un hombre abrió la puerta con cierto recelo
- El rey nunca se preocupa por su pueblo, ¿por qué habríamos de ayudarle ahora?
Y cerró la puerta en las narices del soldado.

El joven continuó caminando pensando en las palabras de aquel hombre. Al fin y al cabo tenía razón. Era normal que nadie quisiera ayudar al rey. Pero el tenía que volver al castillo con el fuego. Se lo había dejado bien claro el rey. Tenía que seguir intentándolo así que llamó a otra puerta.

- ¿Qué queréis? - contestó una mujer antes incluso de que hubiera llamado
- Fuego, fuego para el castillo del rey señora
- ¿Sabes? No debería dártelo porque el rey no se lo merece. Pero me da pena que vuelvas con las manos vacías y te encierre en las mazmorras… Anda pasa.

La mujer le dio fuego al soldado y éste pudo encender la vela, pero al poco rato de caminar con ella en la mano ésta se apagó. El muchacho no lo entendía. No sabía que si había ocurrido eso era porque el frío de su corazón la había apagado.

Intentó regresar a la casa de la mujer que había encendido la vela pero había anochecido por completo y no pudo encontrar el camino. El joven estaba desesperado. No podía volver al castillo sin fuego y cada vez tenía más frío y hambre.

En ese momento, una joven pasó por allí y vio a aquel muchacho que no dejaba de lamentarse de su mala suerte.
-¿Qué te pasa? Pareces triste.
-Soy un desgraciado -dijo él -. El rey me ha dicho que lleve fuego al castillo y cuando por fin consigo a alguien que me lo dé se me apaga la vela. ¡No puedo volver sin él!
-Tranquilo. Ven conmigo, yo te lo daré

El joven desconfió de la amabilidad de la muchacha pero aún así la siguió. Llegaron a su casa y ella le Juntos le invitó a sentarse junto a la chimenea para que entrara en calor.
- Sólo puedo ofrecerte pan duro, lo siento.
- Ya veo... imagino que querrás un buen puñado de monedas de oro por dejar que me resguarde aquí y darme fuego.
- ¿Querer? ¿Por qué iba a pedirte algo? No quiero nada. Sólo pretendía ayudarte.
- Ah, gracias entonces…. De donde yo vengo nadie te ayuda sin pedirte algo a cambio.
- ¿De verdad? Aquí las cosas son de otra forma. Nadie tiene mucho, pero nos ayudamos los unos a los otros para salir adelante.
- Ah… ¿Oye, te importa si paso la noche aquí? Estoy muy cansado como para seguir andando hasta el castillo. Partiré mañana temprano.

El castillo de hieloAmbos se fueron a dormir pero el joven soldado continuó pensando en las palabras de la muchacha “Nos ayudamos los unos a los otros para salir adelante” Era una extraordinaria forma de ver las cosas y seguro que mucho más felices así de lo que eran los habitantes del castillo.
- Tengo que encontrar la forma de ayudarle, se dijo.

Cuando a la mañana siguiente la muchacha se levantó se encontró la mesa llena de pan, fruta, queso y leche. El soldado había madrugado para ir al pueblo y comprarlo todo lo que pudo con unas monedas que había encontrado en sus bolsillos.

-¡Muchísimas gracias! No sé cómo agradecértelo - dijo la muchacha
- Ya has hecho bastante. Gracias por todo.

El muchacho encendió su vela con cuidado y emprendió su camino de vuelta. Tenía miedo de que volviera a apagarse pero esta vez no ocurrió. Cuando llegó al castillo y prendió la chimenea sucedió algo sorprendente. La gente empezó a sonreír y a ser amable de repente, y su corazón se llenó de paz y amor por los demás. El rey dejó de ser déspota y la nieve desapareció para dar paso a verdes y frondosos prados. El castillo de hielo se transformó en un castillo de cristal donde el fuego de la chimenea no se apagó jamás

Blancanieves

Un día de invierno la Reina miraba cómo caían los copos de nieve mientras cosía. Le cautivaron de tal forma que se despistó y se pinchó en un dedo dejando caer tres gotas de la sangre más roja sobre la nieve. En ese momento pensó:

- Cómo desearía tener una hija así, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y de cabellos negros como el ébano.

Al cabo de un tiempo su deseo se cumplió y dio a luz a una niña bellísima, blanca como la nieve, sonrosada como la sangre y con los cabellos como el ébano. De nombre le pusieron Blancanieves, aunque su nacimiento supuso la muerte de su madre.

Pasados los años el rey viudo decidió casarse con otra mujer. Una mujer tan bella como envidiosa y orgullosa. Tenía ésta un espejo mágico al que cada día preguntaba:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?

Y el espejo siempre contestaba:

- Sí, mi Reina. Vos sois la más hermosa.

Pero el día en que Blancanieves cumplió siete años el espejo cambió su respuesta:

- No, mi Reina. La más hermosa es ahora Blancanieves.

Al oír esto la Reina montó en cólera. La envidia la comía por dentro y tal era el odio que sentía por ella que acabó por ordenar a un cazador que la llevara al bosque, la matara y volviese con su corazón para saber que había cumplido con sus órdenes.

Pero una vez en el bosque el cazador miró a la joven y dulce Blancanieves y no fue capaz de hacerlo. En su lugar, mató a un pequeño jabalí que pasaba por allí para poder entregar su corazón a la Reina.

Blancanieves se quedó entonces sola en el bosque, asustada y sin saber dónde ir. Comenzó a correr hasta que cayó la noche. Entonces vio luz en una casita y entró en ella.

Era una casita particular. Todo era muy pequeño allí. En la mesa había colocados siete platitos, siete tenedores, siete cucharas, siete cuchillos y siete vasitos. Blancanieves estaba tan hambrienta que probó un bocado de cada plato y se sentó como pudo en una de las sillitas.

Estaba tan agotada que le entró sueño, entonces encontró una habitación con siete camitas y se acurrucó en una de ellas.

Bien entrada la noche regresaron los enanitos de la mina, donde trabajaban excavando piedras preciosas. Al llegar se dieron cuenta rápidamente de que alguien había estado allí.

- ¡Alguien ha comido de mi plato!, dijo el primero
- ¡Alguien ha usado mi tenedor!, dijo el segundo
- ¡Alguien ha bebido de mi vaso!, dijo el tercero
- ¡Alguien ha cortado con mi cuchillo!, dijo el cuarto
- ¡Alguien se ha limpiado con mi servilleta!, dijo el quinto
- ¡Alguien ha comido de mi pan!, dijo el sexto
- ¡Alguien se ha sentado en mi silla!, dijo el séptimo

Cuando entraron en la habitación desvelaron el misterio sobre lo ocurrido y se quedaron con la boca abierta al ver a una muchacha tan bella. Tanto les gustó que decidieron dejar que durmiera.

Al día siguiente Blancanieves les contó a los enanitos la historia de cómo había llegado hasta allí. Los enanitos sintieron mucha lástima por ella y le ofrecieron quedarse en su casa. Pero eso sí, le advirtieron de que tuviera mucho cuidado y no abriese la puerta a nadie cuando ellos no estuvieran.

La madrastra mientras tanto, convencida de que Blancanieves estaba muerta, se puso ante su espejo y volvió a preguntarle:

- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?
- Mi Reina, vos sois una estrella pero siento deciros que Blancanieves, sigue siendo la más bella.

La reina se puso furiosa y utilizó sus poderes para saber dónde se escondía la muchacha. Cuando supo que se encontraba en casa de los enanitos, preparó una manzana envenenada, se vistió de campesina y se encaminó hacia montaña.

Cuando llegó llamó a la puerta. Blancanieves se asomó por la ventana y contestó:

- No puedo abrir a nadie, me lo han prohibido los enanitos.
- No temas hija mía, sólo vengo a traerte manzanas. Tengo muchas y no sé qué hacer con ellas. Te dejaré aquí una, por si te apetece más tarde.

Blancanieves se fió de ella, mordió la manzana y… cayó al suelo de repente.

La malvada Reina que la vio, se marchó riéndose por haberse salido con la suya. Sólo deseaba llegar a palacio y preguntar a su espejo mágico quién era la más bella ahora.

Blancanieves
- Espejito espejito, contestadme a una cosa ¿no soy yo la más hermosa?
- Sí, mi Reina. De nuevo vos sois la más hermosa.

Cuando los enanitos llegaron a casa y se la encontraron muerta en el suelo a Blancanieves trataron de ver si aún podían hacer algo, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Blancanieves estaba muerta.

De modo que puesto que no podían hacer otra cosa, mandaron fabricar una caja de cristal, la colocaron en ella y la llevaron hasta la cumpre de la montaña donde estuvieron velándola por mucho tiempo. Junto a ellos se unieron muchos animales del bosque que lloraban la pérdida de la muchacha. Pero un día apareció por allí un príncipe que al verla, se enamoró de inmediato de ella, y le preguntó a los enanitos si podía llevársela con él.

A los enanitos no les convencía la idea, pero el príncipe prometió cuidarla y venerarla, así que accedieron.

Cuando los hombres del príncipe transportaban a Blancanieves tropezaron con una piedra y del golpe, salió disparado el bocado de manzana envenenada de la garganta de Blancanieves. En ese momento, Blancanieves abrió los ojos de nuevo.

- ¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado?, preguntó desorientada Blancanieves
- Tranquila, estáis sana y salva por fin y me habéis hecho con eso el hombre más afortunado del mundo.

Blancanieves y el Príncipe se convirtieron en marido y mujer y vivieron felices en su castillo